Yo mujer

Ejemplo de martirio, es la reseña
de nuestra condición de servidumbrepara quel esforzado sacostumbre
a ser juguete que Adonay desdeñaJ.D. Victoria

Obediencia y sumisión es lo que se espera siempre de la mujer.
Nadia Rivas.

Nosotras las mexicanas, morenas y de caderas anchas ¿seguimos a laaltura de lo que quinientos años de transculturación indígena-hispana nos ha dejado como herencia a México? Sabemos por las crónicas de la época que para los aztecas las mujeres éramos no más que recipientes de la vida, un medio más que un fin; sabemos también que durante la Colonia el cristianismo transformó y aún podemos decir que envenenó dicho concepto y a las mujeres nos otorgó nuevoscalificativos, dándonos la imagen del pecado … la encarnación misma de la debilidad humana y nos reservó un lugar muy bien definido tras las cuatro paredes de nuestra casa paterna o bien bajo el yugo del esposo, atendiendo los deberes del hogar y con una vida social que no se extendía mas allá de las encaladas paredes de la Iglesia del pueblo, hasta donde la autoridad masculina extendía sus redes en lafigura del confesor, un director de conciencia al que tal como al padre y al marido no se cuestiona y cuyas ordenes nunca se contradicen. Consta que de aquellos tiempos la mujer que caía en el poder de la Inquisición es porque se oponía a la autoridad, emitía discursos contra los sacerdotes o contra los confesores o bien en una frase: mostraba falta de sumisión… Y siguió pasando el tiempo, llegóel siglo XX y surge una de las más representativas figuras femeninas que permean a través de la historia mexicana y a la que personalmente prefiero (aunque no me satisface del todo) más que a cualquier otra imagen que haya dejado huella en los anales de la tradición: la de la mujer revolucionaria, aquella Adela o Valentina resuelta y luchadora que andaba hombro a hombro entre “la bola”, con su hijoen la espalda y la carabina en los brazos, de ojos agudos y resueltos, piernas ágiles y tez morena curtida por el sol y el frio, lleno el rostro con las marcas del hambre, la sed y el cansancio… pero libres de miedo, valientes y audaces ellas sabían que luchaban por sus hijos, sus hombres… y más aún ¡por ellas mismas!.

Hoy, a muchos años de aquellos íconos no evito elpensar en los cientos de miles de mujeres mexicanas que hemos intentado equilibrar nuestra vida en el tramposo borde que separa la aceptación de la condena. En pleno siglo XXI resulta inmoral pensar que las mujeres no podemos decidir aún por nosotras mismas, me niego a encajar en la imagen que todavía se espera de la mujer mexicana, ese perfil que se convierte en un reflejo vivo de la baja autoestimaque nos regala la sociedad envuelta en nuestro primer pañal de color rosa que nos etiqueta en el hospital donde nacemos. Pero no es una lucha fácil hacer que gane la razón; nuestro cuerpo pertenece a la moral social antes que a nosotras mismas, el aborto es un pecado, el sexo es un pecado, invitar a un hombre a salir es un pecado (además de que eso se le deja a las “urgidas”, a las “busconas”),…