Agusto Roa Bastos El Trueno Entre Las Hojas

EL TRUENO ENTRE LAS HOJAS
Augusto Roa Bastos

EL INGENIO se hallaba cerrado por limpieza y reparaciones después de la
zafra. Un tufo de horno henchía la pesada y eléctrica noche de diciembre. Todo
estaba quieto y parado junto al río. No se oían las aguas ni el follaje. La
amenaza de mal tiempo había puesto tensa la atmósfera como el hueco negro
de una campana en la que el silencio parecía freírsecon susurros ahogados y
secretas resquebrajaduras.
En eso surgió de las barrancas la música del acordeón. Era una melodía ubicua,
deshilachada. Se interrumpía y volvía a empezar en un sitio distinto, a lo largo
de la caja acústica del río. Sonaba nostálgica y fantasmal.
—¿Y eso qué es? —preguntó un forastero.
—El cordión de Solano—informó un viejo.
—¿Quién?
—Solano Rojas, el pasero ciego.
—Pero,¿no dicen que murió?
—Él sí. Pero el que toca agora e’ su la’sánima.
—¡Aicheyarangá, Solano! —murmuró una vieja persignándose.
La mole de la fábrica flotaba inmóvil en la oscuridad. Un perro ladró a lo lejos,
como si ladrara bajo tierra. Dos o tres críos desnudos se revolvieron en los
regazos de sus madres, junto al fuego. Uno de ellos empezó a gimotear
asustado, quedamente.
—Callate, m’hijo.Escuchá a Solano. E’tá solito en el Paso.
El contrapunto de un guaimingüé que rompió con su tañido la quietud del
monte, volvió aún más fantasmal la melodía. El acordeón sonaba ahora con un
lamento distante y enlutado.
—Así suena cuando no hay luna—dijo el viejo encendiendo su cigarro en un
tizón en el que se quemaba un poco de noche.

—La debe andar buscando todavía.
—¡Pobre Solano!
Cuando se apagóel murmullo de las voces, se pudo notar que el acordeón
fantasma no sonaba ya en la garganta del río. Sólo la campana forestal siguió
tañendo por un rato, a distancia imprecisable. Después también el pájaro calló.
Los últimos ecos resbalaron sobre el río. Y el silencio volvió a ser tenso,
pesado, oscuro.
Los primeros relámpagos se encendían hacia el poniente, por detrás de la selva.
Eran comofugaces párpados de piel amarilla que subían y bajaban súbitamente
sobre el ojo inmenso de la tiniebla.
El acordeón no volvió a sonar esa noche en el Paso.
En ese recodo del Tebikuary vivió sus últimos años Solano Rojas, el cabecilla
de la huelga, después de volver ciego de la cárcel.
Probablemente él mismo a su regreso le dio al sitio el nombre con el que se le
conoce ahora: Paso Yasy-Mörötï. Lasbarrancas calizas y el banco de arena
sobre el agua verde, forman allí en efecto una media luna color de hueso que
resplandece espectralmente en las noches de sequía.
Pero tal vez el nombre de Paso haya surgido menos de su forma que de cierta
obstinada imagen pegada a la memoria del pasero.
Vivía en la barranca boscosa que remata en el arenal. Aún se pueden ver los
restos de su rancho devorado por elmonte, sobre aquella pequeña ensenada. Es
un remanso quieto y profundo. Ahí guardaba su balsa.
No era difícil adivinar por qué había elegido ese sitio. Enfrente, sobre la
barranca opuesta estaban las ruinas carbonizadas de la Ogaguasú en la que
había terminado el funesto dominio de Harry Way, el fabricante yanqui que
continuó y perfeccionó el régimen de opresiva expoliación fundado por SimónBonavi, el comerciante judío-español de Asunción.
Es cierto que Solano Rojas ya no podía ver las ruinas ni el nuevo ingenio
levantado en el mismo emplazamiento del anterior. Pero él debió contentarse
seguramente con tenerlos delante, con sentirlos en el muerto pellejo de sus ojos
y recordarles todos los días su presencia acusadora y apacible.
Se apostó allí y dio a su vigilancia una forma servicial: sutrabajo de pasero,
que era poco menos que gratuito y filantrópico, pues nunca aceptó que le
pagaran en dinero. Sólo recibía el poco de tabaco o de bastimento que sus
ocasionales pasajeros querían darle. Y a las mujeres y los niños que venían

desde remotos parajes del Guairá, los pasaba de balde ida y vuelta. Durante el
trayecto les hablaba, especialmente a los chicos.
—No olviden kená, che…