Derecho

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Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos eso cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto aver en Puebla mujer más enamorada ni más solícita que la siempre radiante tía Valeria.
Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantas que hasta en el modo de escoger lasverduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.
Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, comoquién termina de cumplir con un deber fascinante.
Algunas de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decía que loadoraba aun cuando estaban más solas, cuando conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.
Su marido er aun hombre común y corriente, con sus imprescindiblesataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata incertidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y susausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos. Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada quese desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.

-¿Cómo le haces? -le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasióndesenfrenada que los hombres gastan en una sola tarea. Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomarclases de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorarse con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.
-¿Cómo le hago para qué?…